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Escritor Argentino

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Diario de marear

Alacranes en el hospital

7 de febrero 2016, martes. Estambul, a las cinco menos cuarto de la tarde regresamos al hotel de donde salimos a las nueve y media de la mañana. Pese a la llovizna permanente fue una hermoso jornada. Sacamos un pase libre por tres días y volvimos a visitar Santa Sofia o Ayasofya. Pero, para este viaje, había leído mucho más sobre la historia de la ciudad y, en la puerta de entrada, busqué el lugar donde, dicen, Mehmet II, el 29 de mayo de 1453, el conquistador de Constantinopla, no más bajar de su caballo, atravesó con su espada a un soldado que estaba destrozando a mazazos una losa para llevarse unas piedras preciosas. El musulmán Mehment II -a diferencia de los anteriores invasores, los zafios y cristianos que la ocuparon durante casi 60 años luego de la cuarta cruzada- amaba esa ciudad, no paró hasta conquistarla, y llegó para quedarse. En su cabalgata triunfal, desde las murallas de Constantino hasta, la futura Ayasofya, vio los destrozos e incendios que sus tropas estaban causando en la recién ocupada capital y decidió reducir la licencia de saqueo de tres días a dos. Sus órdenes habían sido claras: saqueo, violaciones, degüellos, capturas de esclavos, sí; destrucciones, no. Por eso no es de extrañar lo que cuenta la historia, la recordé y ví al sultán triunfador, embroncado por los destrozos, que se apea del caballo a las puertas de la catedral y, antes de hincarse y agradecer a su dios y al profeta, atraviesa con su espada al vándalo de la maza.

Mehmet II amaba los caballos briosos, las espadas cortantes, las ciencias y las artes, la astrología, a jovencitas y efebos. A veces era magnánimo con los vencidos y de reconocida munificencia con sus leales; con igual vigor mandaba desollar o empalar a cualquiera que se le opusiera o cayera en desgracia. Bellini nos ha dejado su retrato: perfil aguileño, de barba y turbante, con aire pensativo, oliendo una rosa y con un pañuelo de seda en la mano izquierda.

Aprovechando el pase libre, a la salida de Ayasofía, resolvemos caminar unas cuadras y continuar por el museo de Arte Turca e Islámica. En el trayecto pasamos frente a la Mezquita Azul y, con Beatriz, recordamos la historia de su construcción y de los huevos de avestruz; los constructores, siguiendo las indicaciones del arquitecto, colocaron los huevos en las lámparas, para evitar que aniden arañas y tejan sus telas. Se non è vero, è ben trovato, no se ven arañas en las mezquitas. Este recuerdo fue premonitorio.

De regreso al hotel, descargué las fotos de la máquina en mi notebook, me di cuenta que alguna tomas salieron con diminutas gotas de lluvia, saqué el filtro protector del objetivo, lo limpié y tomé nota de este inconveniente que no había considerado antes. Después, me puse a buscar noticias de la patria distante. La primera que leí fue que en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez habían aparecido alacranes. Justo donde los padres llevan a sus hijos para que los atiendan por picaduras de estos arácnidos.

No tengo nada contra los alacranes, soy de escorpio, un alacrán se mueve por mi página web y de niño,  en el sur de Chile, me habitué a convivir con ellos, inclusive a tomar ciertas precauciones elementales, como sacudir los zapatos al levantarse por si se había colado alguno de noche. Tengo muy presente una novela de Ian Fleming que empieza con la magistral descripción de la caza de un escarabajo pelotero por un alacrán; Orión, el temible cazador, murió picado por un escorpión; los dioses del Olimpo los colocaron a los dos en la esfera celeste y todas las noches vemos la anticipación de su muerte, cuando la constelación de Escorpio se levanta por el oriente, la de Orión huye y se pone por el occidente. Pero encontrar alacranes en un hospital de niños, especializado en atenderlos por sus picaduras, me recordó a un texto magistral de la narrativa argentina.

Porque, en la nota, el cuento estaba ya en la explicación de una de las médicas de guardia, más o menos: "en el hospital hay alacranes hace años", más adelante aclaró que ahora esta proliferación se debía a la plaga que asola la ciudad por los cambios climáticos. Lo sorprendente es que, según la doctora, es normal que haya escorpiones en los hospitales porque, palabras más, palabras menos "se alimentan de cucarachas... que las hay en cualquier hospital" (¡?). Sin que nadie le preguntara nada la doctora avanzó con su argumento, porque el problema se agrava "si fumigamos y matamos a las cucarachas, le sacamos la comida a los alacranes y salen a picar...". Estas -ya que estoy en Estambul, la ex capital de Bizancio- bizantinas explicaciones de la doctora sobre la cadena trófica de los escorpiones en los hospitales me recordaron a las de Alain Delon cuando, hace años vino, a visitar a su amigo, el boxeador y ex campeón mundial Carlos Monzón que estaba preso por matar a su esposa Alicia Muñiz a trompadas: "¿Quien no le pegó alguna vez a la mujer que ama?".

Terminé de leer la nota y pese a la hora, me acabé desayunando, "es normal que haya cucarachas en un hospital". La idea, bien desarrollada, da para un cuento. Siguiendo con el razonamiento de la doctora podríamos llegar a que, para combatir los escorpiones, habría que lleva a los hospitales a su predador natural, ratas, por ejemplo "que las puede haber en muchos hospitales", para que se coman a los escorpiones y las cucarachas. Ahora, el problema es que, acabado este alimento, las ratas saldrían a comerse los dedos de algún paciente que, en estado de somonlencia, esté entubado en terapia intensiva. Seguí pensando, las culebras se comen a las ratas, acabadas estas y en los días de frío, los reptiles podrían buscar abrigo en las incubadoras de neonatología. Están las mangostas, que comen culebras, también es cierto que a las mangostas les llama la atención los objetos brillantes; el bisturí de un cirujano cardiólogo en la mesa de operaciones... El fin de este relato es digno del escritor argentino, maestro de los cuentos de terror. Una nueva versión de "El almohadón de plumas", ahora que se ha puesto de moda defender a los que intervienen y engordan textos canónicos de narrativa argentina intento un nuevo final para el texto de Horacio Quiroga "Estos arácnidos, diminutos en su medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre de los pequeños parece serles particularmente favorable, y no es raro encontrarlos en los hospitales de niños". Terminé con mi reflexión, en realidad salí de ella arrobado por los cánticos que envuelven la ciudad, porque desde cientos de parlantes del los minaretes suena la voz de los muecines -que eran los de antes, ahora se usan grabaciones- llamando al salat vespertino.

Estamos en Estambul, amo historia y la cultura musulmana y me gusta leer el Corán cotejándolo con la Santa Biblia. Pero no soy creyente, para mí no rige la prohibición de beber alcohol, así que me sirvo una generosa dosis de raki y la mezclo con un poco de agua fría. Continúo, hipnotizado por la cadencia de los muecines miro la calle y los tejados desde la ventana del hotel y recuerdo la mezquita Azul y sus lámparas. ¿Y si probamos con huevos de avestruz en los hospitales?